
Cuando el dogma del crecimiento se tambalea recurrimos a la providencial tecnología: como la necesidad aviva el ingenio, será el coqueteo con la catástrofe el que termine procurándonos fuentes de energía limpia renovable, sistemas para reciclar la totalidad de los residuos, máquinas no contaminantes… pero incluso la eco.eficiencia resulta peligrosa. La reducción de costes favorece la reinversión en actividades que exigen consumo de nuevos recursos, los motores eficientes fomentan el transporte, que exige infraestructuras, que consumen territorio y facilitan el comercio, que contamina y destruye las economías locales… No se trata de mejorar la seguridad de las centrales nucleares, sino de apagar la luz. No hay que inventar productos contra el colesterol, hay que dejar de comer carne roja y montar en bici. No basta con ser eco.eficientes en la producción hay que serlo en el consumo y en las formas de vida. Como nos advirtieron las feministas, hemos sido educados en una historia de fechas: la revolución de octubre, el descubrimiento de la bombilla, el desembarco de Normandía… cosas de hombres. Pero, en realidad, los hechos que de verdad modificarón nuestras vidas fueron la extensión de los contraceptivos y la revolución sexual, el acceso de la mujer al mercado de trabajo, la alteración del concepto de familia, la secularización de la vida… actuaciones espacialmente dispersas y temporalmente dilatadas a menudo protagonizados por mujeres. El arte en general y el arte del paisaje en particular también se ha obsesionado por la acción épica en el campo de batalla. Paradójicamente, mientras todas las disciplinas encontraban en el concepto del paisaje una herramienta para interpretar el territorio en términos holísticos y dispensarle un valor al margen de su precio, el arte se obsesionaba por la intervención ‘in situ’. Mientras todo el aparato económico se interesaba por el poder de la imagen y la representación, el arte se hacía activista. Incluso si seguimos convencidos de que nuestra labor no es interpretar el mundo sino cambiarlo (en un escenario marcado por el incesante cambio carente de sentido) debemos pensar que el cambio vendrá de la mano de pequeñas actuaciones micropolíticas (como acudir en bicicleta a escuchar un recital dejando a nuestros hijos cenando productos biológicos al cuidado de un cuentacuentos) vinculadas a un nuevo imaginario social.
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