También a última hora las circunstancias meteorológicas determinaron que el concierto de inauguración de la Bienal se celebrara en el interior de la sala y una de sus esquinas tuviera con convertirse en bar de copas. Lo que empezó siendo un elemento añadido de incertidumbre se convirtió en una demostración fehaciente de que se había logrado darle al espacio la versatilidad pretendida. La sala de arte se convirtió en sala de conciertos y acogió de manera hospitalaria a una considerable multitud. Damas de la burguesía santacrucera se recostaron cómodamente en las alfombras sacadas días antes del vertedero mientras sus maridos se sentaban bajo un bonito paisaje de lombrices que hacían su trabajo en la compostadora al ritmo de la música de Cage. El jardín soportó más gente sentada en sus bordes de la que hubiéramos imaginado y demostró que su movilidad le hacía útil en más de un sentido. El público encontró acomodo en las diversas áreas del andamio -muy favorecido por el dramático contraluz impuesto por el concierto- cotilleó los catálogos de la biblioteca y se interesó por las contradicciones del ‘crecimiento sostenible’ (editadas en el periódico del laboratorio) mientras escuchaba la música.
Cuando esta acabó, las ‘esculturas’ se llenaron de copas mientras los asistentes se saludaban, charlaban o comentaban los textos pegados en el suelo de la sala (que también soportaron sorprendentemente bien el inesperado embate) explicando el proyecto. La reunión social se vío momentáneamente desplazada para proceder a la pegada de carteles sobre el muro de la entrada. A los previstos se sumo espontáneamente uno convocando a la manifestación contra el puerto de Granadilla. Las más crípticas imágenes contrapublicitarias y los más directos llamamientos a la ciudadanía se dieron cita en una actividad que convirtió momentáneamente a los asistentes a un acto protocolario en integrantes de una aparente movilización ciudadana.
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