15.10.08

Cuando, hace dos siglos, la burguesía impuso su credo basado en el ahorro, la abnegación, la autorepresión, el orden y la racionalidad, el arte se propuso ‘epatarla’ apostando por el principio de placer, el deseo, la inconsciencia, la libertad y la informalidad. La burguesía ha modificado radicalmente su programa mientras que el arte sólo parece haber adaptado el suyo a las exigencias de la sociedad del espectáculo. El arte se ha especializado en desconstruir modelos, pero tiene serías dificultades para construirlos. Durante siglos se ha declarado radicalmente progresista. Del mismo modo que Marx analizó en profundidad el capitalismo pero apenas nos dijo nada de la sociedad sin clases, el arte se contó con desprenderse del lastre del pasado desde la convicción de que ello aceleraría el avance hacia un futuro indefinido que, sin duda, sería de plenitud. Por otra parte, como sigue ‘epatando’ retóricamente a un burgués pacato y puritano que hace tiempo que ya no existe, no puede concebir siquiera un programa propositivo basado en una austeridad. Demasiado pequeño burgués. El arte es un producto de lujo para la clase media alta, curiosamente la que mayor capacidad tiene para convertir su modo de vida en un modelo social de comportamiento. Pero sigue pensando que el sujeto histórico –llamado a trasformar el mundo- es el proletariado o sus reediciones: la multitud, el subalterno… Por otra parte, continúa plenamente comprometido con la novedad, la obsolescencia programada, el progreso, la transterritorialidad, la hibridación, la flexibilidad, la indisciplina, la tecnología, la información, el efecto… conceptos aparentemente críticos pero perfectamente coherentes con la hegemonía postindustrial. Las bienales son paradigmáticas en su culto a la movilidad global de productos espectaculares que alteran las ‘economías de cercanías’, son máquinas promocionales que alientan un arte de alta competición que consume los recursos del deporte de base.

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