9.10.08


Estamos en crisis. Estallan las sucesivas burbujas (inmobiliarias, financieras, bursátiles…), pero nadie parece preocupado por la fuente de calor que las generó. Como decía El Roto hace pocas fechas: ‘el tinglado se desinfla, sigan soplando’. Los mandatarios de todos los países y todas las instituciones se coordinan para devolver la confianza en unos bancos que han perdido la confianza en sí mismos, básicamente, porque todos sospechan que llevan años ‘falsificando dinero’.

Sin duda, tanta ‘creatividad financiera’ es fruto de la codicia. Pero no sólo. Hace pocos días Zizek escribía: ‘para decirlo en viejos términos marxistas, la principal tarea de la ideología dominante en la crisis actual es imponer una versión que no responsabilice del colapso al sistema capitalista globalizado como tal, sino a sus distorsiones secundarias accidentales (normas legales demasiado relajadas, corrupción de las grandes instituciones financieras, etcétera)’. No nos engañemos, la crisis no es coyuntural, ni tan siquiera estructural, es sistémica. El capitalismo depende del crecimiento, alcanzados con la globalización los límites exteriores de la capacidad de expansión del sistema sólo quedaba la posibilidad de crecer hacia dentro estirando la capacidad de consumo. ¿Cómo? Haciendo más dinero y el desestimando el ahorro. No son sólo las familias (que, paradójicamente, decidieron ahorrar gastando el dinero que no tenían en un piso inflacionado) las que están hipotecadas a cuarenta años, es la economía entera la que se ha gastado las rentas que debía producir en las próximas décadas. Y, por si fuera poco, nos tenemos que quitar de encima ‘lo bailao’: los gases de efecto invernadero, los bonos tóxicos, las infraestructuras pensadas para un comercio insostenible, la inflación, las necesidades creadas y los hábitos de consumo…

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