Sinopsis

El paisaje no es una realidad inerte que podamos preservar, es la imagen de nuestra relación con el territorio. En consecuencia, hacemos paisaje modificando nuestros hábitos socioeconómicos y nuestras expectativas culturales. Al mismo tiempo, nos reconocemos a nosotros mismos en ese escenario socioeconómico. En la actualidad, la estructura económica y la superestructura cultural se solapan: por una parte, el motor de la economía es el ocio y el consumo ‘suntuario’ de experiencias e imagen prêt-à-porter; por otra, el reconocimiento cultural está ligado a la capacidad adquisitiva. El espíritu se mercantiliza y la producción se estetiza. Nunca como en el marco de la sociedad de consumo, la cultura, entendida como la capacidad para determinar los propios gustos y necesidades, había jugado un papel político tan evidente.

Vivimos una situación de crisis (sistémica) que ha puesto en evidencia los límites de los recursos energéticos y financieros para seguir manteniendo la dinámica de producción y consumo. Y, sin embargo, en el marco de una economía que no se entiende a sí misma más que como ‘ciencia del crecimiento’, no concebimos más solución que la huida hacia delante. El progreso, como cualquier dogma decadente, tienden a enrocarse: los economistas son incapaces de pensar el decrecimiento, los políticos son incapaces de pensar a largo plazo, los ciudadanos no quieren ni pensar en perder capacidad adquisitiva… Los medios se han convertido en fines y la inercia empuja el ‘fin de la Historia’ hacia la historia del fin. En este contexto, la crisis del estado del bienestar ya no tiene que ver con la caída en desgracia de los modelos socialdemócratas: hace referencia a la incapacidad del estado para controlar los estragos de los adoradores de la buena vida y a la carencia de un imaginario de la vida buena que nos sirva de indicador para valorar la orientación del progreso. Quizá el arte no pueda volver a proponer modelos (pre)definidos pero, sin duda, puede incidir en la economía de los aprecios y las apreciaciones.

¿Puede el arte coadyuvar a crear un ecosistema cultural en el que determinados hábitos insostenibles tiendan a extinguirse mientras que otros se reproduzcan con facilidad por considerarse propios de una vida realmente buena?, ¿puede el arte imaginar modelos de bienestar que generen necesidades de cumplimiento incompatible con un sistema que parece incompatible con el planeta?

13.10.08



Hay que educar. No va a ser fácil. ‘Decrecimiento’ no sólo es un concepto contracorriente, es también negativo y trae constantemente a la memoria a su imagen especular positiva, mucho más sugerente. Adam Smith no sólo nos convenció de que el crecimiento era la fuente de toda riqueza, además, sentenció -y quizá esto sea lo más importante- que el estado estacionario era aburrido, más aún que la pobreza. Seguramente ni encontró palabras para tildar el decrecimiento. Sin duda, ‘estancamiento’ suena mucho menos sexy que ‘crecimiento’. El ‘estado estacionario de equilibrio dinámico’ de Herman Daly suena mejor, pero no deja de evocar tensiones poco tranquilizadoras.

Hace tiempo que disponemos de recursos suficientes como para que la re.producción deje de ser un problema, para que la economía ceda su protagonismo a otras cuestiones, lejos de la estresante vida de los objetivos comerciales. Hace tiempo que podíamos haber alcanzado la autonomía que caracterizaba al hombre público de la democracia griega, que podía dedicarse a los asuntos de la polis (en especial a sus relaciones con la naturaleza) por tener cubiertas sus necesidades esenciales. Con la ventaja de que estas no tendrían por qué hacerse recaer ahora en esclavos y mujeres, sino en una altísima productividad -que apenas debería demandarnos unas pocas horas de trabajo al día- y en un sistema de subcontratación recíproca de servicios asistenciales que redistribuyeran la renta. El resto del tiempo debería ser libre, libre también del ocio, esa industria que revierte el tiempo que libera la productividad a la maquinaria del consumo y demanda, en consecuencia, unos recursos que exigen más trabajo.

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