13.10.08



Hay que educar. No va a ser fácil. ‘Decrecimiento’ no sólo es un concepto contracorriente, es también negativo y trae constantemente a la memoria a su imagen especular positiva, mucho más sugerente. Adam Smith no sólo nos convenció de que el crecimiento era la fuente de toda riqueza, además, sentenció -y quizá esto sea lo más importante- que el estado estacionario era aburrido, más aún que la pobreza. Seguramente ni encontró palabras para tildar el decrecimiento. Sin duda, ‘estancamiento’ suena mucho menos sexy que ‘crecimiento’. El ‘estado estacionario de equilibrio dinámico’ de Herman Daly suena mejor, pero no deja de evocar tensiones poco tranquilizadoras.

Hace tiempo que disponemos de recursos suficientes como para que la re.producción deje de ser un problema, para que la economía ceda su protagonismo a otras cuestiones, lejos de la estresante vida de los objetivos comerciales. Hace tiempo que podíamos haber alcanzado la autonomía que caracterizaba al hombre público de la democracia griega, que podía dedicarse a los asuntos de la polis (en especial a sus relaciones con la naturaleza) por tener cubiertas sus necesidades esenciales. Con la ventaja de que estas no tendrían por qué hacerse recaer ahora en esclavos y mujeres, sino en una altísima productividad -que apenas debería demandarnos unas pocas horas de trabajo al día- y en un sistema de subcontratación recíproca de servicios asistenciales que redistribuyeran la renta. El resto del tiempo debería ser libre, libre también del ocio, esa industria que revierte el tiempo que libera la productividad a la maquinaria del consumo y demanda, en consecuencia, unos recursos que exigen más trabajo.

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