
- Disminuye la capacidad de absorción de residuos y elementos contaminantes inabsorbibles (lo que incide en el clima, en la atmósfera y en nuestra propia salud y seguridad).
- Disminuye el suelo (el desierto avanza) y la biodiversidad.
- Disminuye la financiación (la dependencia del crédito ha consumido la riqueza que esperábamos generar en las próximas décadas).
- Disminuye la calidad de vida (la incesante competencia genera inestabilidad, discontinuidad, pérdida del sentido de pertenencia, stress, pérdida de agencia, insatisfacción crónica…).
- Más incidencia que el crecimiento tienen las ‘políticas de crecimiento’: desregulación, deslocalización, endeudamiento, calentamiento económico, formación permanente… que socavan los supuestos aspectos positivos del crecimiento y expanden un modelo de bienestar que no es sostenible ni universalizable).
- Si el continente que se haya a escasos 50 km. de las cosas de Fuerteventura alcanzara el nivel de consumo per capita de Canarias (no digamos ya de EEUU) el impacto ambiental sería insostenible (incluso si nuestra economía pudiera permanecer estable). La desigualdad lacerante no puede solventarse sólo mediante ayudas al crecimiento, el diferencial sólo puede reducirse mediante el decrecimiento simultáneo de las zonas más desarrolladas.
* la fractura social: en 1970, la quinta parte más rica del planeta era 30 veces más rica que la quinta parte más pobre; en 2004 era 74 veces más rica. En 1960, el 20% de la población acaparaba el 70 % de los ingresos; en 1990, acaparaba el 83% de los ingresos. En ese mismo espacio de tiempo, el 20% más pobre pasaba del 2,3 al 1,4% de los ingresos. Las vacas del mundo desarrollado comen un 25% más que los habitantes de África y reciben 2 € diarios de subvenciones, una renta superior a la de 2.700 millones de seres humanos. En EEUU, el 0,5% de la población gana tanto dinero como el 51% peor remunerado.

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