Sinopsis

El paisaje no es una realidad inerte que podamos preservar, es la imagen de nuestra relación con el territorio. En consecuencia, hacemos paisaje modificando nuestros hábitos socioeconómicos y nuestras expectativas culturales. Al mismo tiempo, nos reconocemos a nosotros mismos en ese escenario socioeconómico. En la actualidad, la estructura económica y la superestructura cultural se solapan: por una parte, el motor de la economía es el ocio y el consumo ‘suntuario’ de experiencias e imagen prêt-à-porter; por otra, el reconocimiento cultural está ligado a la capacidad adquisitiva. El espíritu se mercantiliza y la producción se estetiza. Nunca como en el marco de la sociedad de consumo, la cultura, entendida como la capacidad para determinar los propios gustos y necesidades, había jugado un papel político tan evidente.

Vivimos una situación de crisis (sistémica) que ha puesto en evidencia los límites de los recursos energéticos y financieros para seguir manteniendo la dinámica de producción y consumo. Y, sin embargo, en el marco de una economía que no se entiende a sí misma más que como ‘ciencia del crecimiento’, no concebimos más solución que la huida hacia delante. El progreso, como cualquier dogma decadente, tienden a enrocarse: los economistas son incapaces de pensar el decrecimiento, los políticos son incapaces de pensar a largo plazo, los ciudadanos no quieren ni pensar en perder capacidad adquisitiva… Los medios se han convertido en fines y la inercia empuja el ‘fin de la Historia’ hacia la historia del fin. En este contexto, la crisis del estado del bienestar ya no tiene que ver con la caída en desgracia de los modelos socialdemócratas: hace referencia a la incapacidad del estado para controlar los estragos de los adoradores de la buena vida y a la carencia de un imaginario de la vida buena que nos sirva de indicador para valorar la orientación del progreso. Quizá el arte no pueda volver a proponer modelos (pre)definidos pero, sin duda, puede incidir en la economía de los aprecios y las apreciaciones.

¿Puede el arte coadyuvar a crear un ecosistema cultural en el que determinados hábitos insostenibles tiendan a extinguirse mientras que otros se reproduzcan con facilidad por considerarse propios de una vida realmente buena?, ¿puede el arte imaginar modelos de bienestar que generen necesidades de cumplimiento incompatible con un sistema que parece incompatible con el planeta?

11.3.09

Territorio

En la jornada del martes 10, Luis Falcón, arquitecto especializado en la ordenación territorial de las zonas turísticas y codirector del master Costa inteligente de la Universidad Politécnica de Cataluña, impartió su conferencia Un, dos, tres: responda otra vez. Tomando como referencia la evolución del premio estrella del famoso programa de televisión (del coche al apartamento en Torrevieja) Luís Falcón analizó el fenómeno del ‘turismo residencial’ (que el considera una contradicción en los términos pues la base del turismo es el alquiler del territorio y no su venta) y su incidencia en la dispersión de las construcciones a lo largo de la franja costera. Partiendo del dato de que el 7,7 % del PIB español lo generan 80 playas urbanas que apenas ocupan 5 km2 de superficie (la tercera parte de una estación de esquí) defendió el modelo de concentración urbana ligado al ‘sol y playa’ como el más sostenible para una industria turística que, por mucho que demonicemos, seguirá moviendo grandes masas de población. Esos 5 km2 acogen anualmente 50 millones de visitantes que, en el caso de ser desperdigados mediante el desarrollo de otros modelos turísticos como el rural causarían un impacto sobre el territorio incalculablemente superior 8teniendo en cuenta que el turismo consume el territorio de mayor calidad). La evolución del concepto de viaje desde el ‘grand tour’ decimonónico al ‘low coast’ puede significar una deriva desde la búsqueda del conocimiento profundo hacia la obsesión por la mera captación de instantáneas, pero también una democratización del ocio que no tiene vuelta atrás. La asunción de esta realidad nos obliga a replantear la vinculación inmediata e injustificada de ‘torres junto a la playa’ con especulación, corrupción y deterioro ambiental. La ciudad detrás de una playa (que, no lo olvidemos, depende de los paisajes submarinos, como los sebadales, para su regeneración) permite además desestacionalizar la ocupación y ‘hacer ciudad’ valiéndose de la creciente posibilidad de asentar población vinculada a la industria del conocimiento en zonas atractivas que ofrezcan posibilidades de trabajar conectado con las capitales culturales.
Jesús Hernández, profesor de Geografía de la ULL, explicó los orígenes históricos del hábitat disperso y el poblamiento en hilera y los vinculó con la ordenanza de casa y viña. Expuso someramente la evolución de los ejes de la economía canaria y pasó a analizar su desarrollo demográfico, que nos ha llevado a multiplicar por cinco los habitantes en 80 años y por 20 el numero de edificaciones en 40 años. La población de Canarias ha venido creciendo en los últimos años el doble de rápido que la Española, recibiendo unos 35.000 inmigrantes extranjeros al año, muy vinculados a industrias como el turismo y la construcción que demandan abundante mano de obra. Todo ello en un territorio que, como Tenerife, tiene apenas 2.000 km2 de los que sólo una cuarta parte es habitable. Con este horizonte se hace necesaria la apuesta por la convergencia frente al crecimiento pues la cohesión social (interna y respecto a los países del entorno) es eficiente también económicamente. Esa apuesta exige una reinvención de nuestros modelos que requiere talento, capacidad de innovar en materia social, cariño, atención, ilusión y trabajo y, sobre todo, disposición a asumir los costes personales que pueda ocasionar una empresa que no necesariamente nos conducirá a vivir peor. Todo ello con urgencia pues la educación de las personas –vital para el proyecto de transformación- comienza veinte años antes de su nacimiento.
Alejandro Molowny, del servicio técnico de sostenibilidad de recursos y energía del cabildo de Tenerife, explicó detalladamente el nuevo plan de residuos que, junto a innovaciones técnicas y administrativas, incluye incentivos sociales a la corresponsabilidad ligados, entre otras cosas, a la vinculación de las tasas con la generación de residuos o su aprovechamiento. No obstante, advirtió que el enorme esfuerzo realizado difícilmente podrá repetirse (por razones meramente espaciales) por lo que se hace imprescindible disminuir la generación de residuos.
Tras estas intervenciones se inició una mesa redonda en la que se debatió sobre el imaginario social que fomenta el turismo de masas y las contradicciones de las medidas públicas que, simultáneamente, fomentan el consumo, el crédito y la disminución de residuos, que alarman por el crecimiento poblacional y favorecen las infraestructuras que lo permiten y reclaman.

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